lunes, 27 de febrero de 2012

Adiós, amigo

“Cállate y escucha con atención. Dame eso que tienes en la mano. Eso es. Ahora, trata de tranquilizarte y siéntate ahí”. Le señalo el sofá que hay justo detrás de ella. Temo que si da más de dos pasos seguidos pueda desmayarse. Se halla en estado de shock. Pegarle un tiro al único hombre que has amado y por el que tanto has llorado, es un golpe muy duro de asimilar. Casualmente, ese hombre es el único amigo que he tenido en toda mi vida. Me acerco al mueble bar y me sirvo una copa. Jack Daniel’s. Sin hielo.


Mientras echo un largo trago, pienso en que hace apenas una hora, sentado como de costumbre, en la barra de un encantador tugurio de mala muerte de un apestoso rincón de la ciudad, le estaba dando vueltas a lo que me he dedicado en estos últimos años. De cómo la vida me había cambiado desde lo de la zorra de mi ex mujer. En cierto modo había estado cavilando acerca del sentido de la vida, como suele decirse. Qué sé yo…Hasta que he recibido una llamada, y una hora más tarde, estoy pisando la misma alfombra en la que yace el cadáver de mi amigo. Afortunadamente no he bebido demasiado, y tengo la cabeza lo suficientemente despejada cómo para pensar con claridad.
La mujer de mi mejor amigo acaba de cargarse a su marido. Un tiro limpio en la sien lo ha dejado seco. Sé perfectamente que ella debe haber tenido que verse obligada a hacerlo. Le amaba, pese a todo lo que él le ha hecho sufrir durante estos dos últimos años. El alcohol fue apoderándose de él, y la persona encantadora que era, se convirtió en un borracho desgraciado que apenas era capaz de estar sobrio unas pocas horas a la semana.

Puedo oír el ruido que todavía emite la aguja del tocadiscos. Me acerco, la levanto y aproximo con sumo cuidado el brazo del tocadiscos al soporte. Compruebo que el último disco que pudo escuchar fue “The Heart of Saturday Night”de Tom Waits. Sirvo dos copas y le acerco una a la viuda para que se tranquilice. Me siento a su lado. El alcohol la va calmando. Entre sollozos comienza a relatarme los hechos:

“Cuando entré en casa, me lo encontré ahí, de rodillas, borracho como una cuba, con la pistola metida en la boca, y con un aspecto espantoso. Me quedé totalmente paralizada. Le supliqué que por favor no se le ocurriera hacerlo. Que si todavía me quería, dejara de hacer eso. Que si me dejaba sola, me moriría. Que no soportaría vivir sin él. A duras penas, él podía mantener el equilibrio. Me acerqué despacio, me puse de rodillas a su lado y logré persuadirle para que no lo hiciera. Sacó el arma de su boca, se la quité de la mano, y la aparté a un lado. Le abracé. Permanecimos abrazados un buen rato. Y cuando pensaba que ya todo había pasado, se volvió totalmente loco y comenzó a insultarme como nunca lo había hecho antes. Yo no entendía que le estaba ocurriendo. Le pedí que por favor, parara. Que me estaba asustando, pero él no hacía más que decirme que era una zorra estúpida y que le dejara sólo. Yo estaba muerta de miedo, nunca lo había visto así de agresivo. Y de repente puso las manos alrededor de mi cuello y comenzó a ahogarme, y a gritar que iba a matarme. No me dejaba respirar. ¡Estaba fuera de sí! ¡Tenías que haberle visto! ¡Me iba a matar! Logré como pude estirar el brazo, alcancé la pistola, y no sé cómo, se disparó. Te juro que yo no quería. ¡Se disparó sola! Fue él… o fui yo…¡oh, dios mío, no lo sé! Lo único que quería hacer era golpearle con ella para que me soltara, ¡pero te juro que yo no quería hacerlo! Tienes que creerme, por favor…”

Me quedo mirando el fiambre que hay en mitad del salón. Ver tirado a mi amigo con esa estúpida mueca me revuelve las entrañas. Descuelgo el teléfono que hay en una mesita al lado del sofá, y marco el número de la policía. La versión de los hechos es sobradamente creíble. Ella conserva las huellas de las manos de mi amigo en su delgado y alargado cuello. He estado observando el cadáver. No es el primero que he visto en mi vida. Y no hay nada sospechoso que ponga en duda su versión de los hechos. Sí, tengo cierta experiencia en estos asuntos. Además, nadie salvo nosotros, va a echar de menos al pobre desgraciado.

Cuelgo el teléfono. Me quedo observándola. No aparta la mirada del cadáver que tiene a escasos metros. Ha dejado de llorar. Siempre me ha gustado mirarle a los ojos. Los tiene preciosos. Si tuviera que describirlos, diría que son como los de una gata. Sí, eso es. Como los de una gata. Le paso mi brazo sobre sus hombros, y ella me abraza con fuerza. Rompe a llorar. Trato de consolarla lo mejor que puedo. No sirve de nada. Está destrozada. Caigo en la cuenta de que estoy teniendo una prominente erección.
Maldita sea...

6 comentarios:

  1. Ay Doctor, cuanta sensibilidad....

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  2. Me he quedado sin palabras...Mudo como una tumba...

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  3. El cine negro sigue iluminando este blog.
    Jack Daniels sin hielo, tuburios de mala muerte, perdedores, mujeres de armas tomar (nunca mejor dicho), tipos duros que consuelan a exmujeres de sus mejores amigos...
    A este ritmo la filmografía de Humphrey Bogart se va a quedar a la altura de los tacones de los zapatos de las protagonistas secundarias de tus relatos.
    Good to read you!!!

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  4. yo tambien necesito una copa....

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  5. Muy buenos relatos, Doctor, un placer volver a leerte...

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  6. ...entonces ella pregunta, guardaste el arma?

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