domingo, 9 de diciembre de 2012

REVOLUCIÓN, AMOR, Y MUERTE. (ANGEL FACE).








   Pensar en la ingenua, y a la vez rotunda justificación de mi presencia en la selva, (la lucha por traer la libertad y la justicia al país), era lo único que elevaba tímidamente mi ánimo, el cual, tras más de cinco horas de marcha, con escozor en todo el cuerpo debido a las picaduras de mosquitos y sin haber dormido en una cama desde hacía dos semanas, había decaído inexorablemente.
   Debía conseguir que el citado e idealista pensamiento venciera y sacara de mi mente aquel otro que me hacía recordar como, un año atrás, todavía en mi España natal y tras haber asistido como oyente a unas conferencias organizadas por un partido minoritario de extrema-izquierda, había sido captado por un grupo revolucionario de América Latina, alistándome como voluntario en una especie de paquete vacacional-militante que incluía: Además de la entrega de comida y ayuda en la reconstrucción de casas en pueblos de campesinos sin recursos, una visita con pernoctación incluida en el campamento principal del grupo armado, campamento principal "totalmente seguro", según rezaba el folleto informativo.
Poco me retenía en España; los estudios podían esperar, el trabajo no me apasionaba y el amor aún no lo había conocido, así que me dije que había llegado el momento de llevar, por fin a la práctica, aquellos ideales sobre los que tanto teorizaba en tertulias de café o cerveza.
Eso y un salvaje bombardeo por parte de la aviación del ejército de aquella democracia en lo formal, y por lo tanto, dictadura en lo real, sobre el "totalmente seguro" campamento principal del Ejército Liberador, me habían llevado a encontrarme, hacía seis meses, enrolado en la milicia revolucionaria y de rebote, a conocer las "costumbres totalmente democráticas" que allí imperaban, tales como el hecho de que las mujeres combatientes, que las había en gran número, debían satisfacer los deseos sexuales de los oficiales de la columna o de aquellos que demostraran un singular valor en combate. 
Evidentemente este segundo pensamiento lo único que me traía eran unas insaciables ganas de volver a España, cosa que se antojaba muy lejana ya que mis infructuosos intentos de contacto con la embajada española, como el adjetivo indica, habían fracasado.

   De repente, el murmureo que comenzaba a generalizarse en la tropa me llamó la atención, me giré hacia el compañero que caminaba a mi derecha y le pregunté:
-¿Ocurre algo?
-Llegamos a San Antonio, gallego. (No sólo en Argentina llaman gallegos a los españoles).- Podemos beber un trago y descansar, y si hay suerte y al capitán le inspira la Virgen de Guadalupe dormiremos sobre un colchón esta noche.
Por fin una noticia que no es mala pensé.

   Una vez en el pueblo, más grande de lo que suponía y tras las instrucciones que nos dio el capitán, decidí que mi primer destino, tras dejar mi mochila de campaña en el lugar indicado, sería la cantina.
Entré con Vincent, el otro extranjero de la tropa, holandés para más señas, y tal vez por eso, no lo sé, con quien mejor me llevaba. Vincent había tenido más suerte que yo, su embajada le había prometido sacarlo de allí lo antes posible.
Nos sentamos en unos taburetes de madera alineados frente a la barra, también de madera. Al levantar la vista ví a una mujer alta y delgada que nos preguntó:
-¿Qué desean tomar?
-Un vaso de ginebra, pidió Vincent.
-Una cerveza, dije yo.
Empezamos a charlar acerca del tema que monopolizaba nuestras conversaciones y que giraba, al igual que mis pensamientos, entre justificar la lucha en la que fortuitamente estábamos inmersos o idear planes para conseguir salir de allí y volver a nuestros países, cuando, de repente, ella apareció:

   Fue como si alguien le hubiera dado al botón de cámara lenta del mando a distancia, caminaba rápida pero segura, lo suficientemente rápida para que su pelo castaño, ligeramente ondulado cerca de las puntas se moviera suavemente a derecha e izquierda. Miré su rostro, moreno, de rasgos no diría que duros pero sí firmes, con lo pómulos marcados, ojos marrones que eran la parte de un todo; la mirada. Mirada profunda y a la par, bondadosa, era inmensamente bella. No soy muy observador para según que cosas, pero he de reconocer que recuerdo nítidamente el vestido blanco con detalles florales que llevaba puesto, y que terminaba en una graciosa falda con volantes. Fue un instante, un cruce de miradas y sentí como si un rayo atravesara mi cuerpo. 
Olvídalo pensé, concéntrate en la conversación con Vincent y no vuelvas a mirarla. Por supuesto no cumplí mi propósito y la miré varias veces, mi sorpresa fue que en alguna otra ocasión nuestras miradas volvieron a cruzarse, fue a partir de ese momento cuando deseé estar a solas con ella aunque solo fuera para balbucearle alguna palabra sin sentido.
Pareciendo que por una vez mis deseos se convirtieran en realidad, Vincent me dijo que salía a pedir papel de fumar para liarse un pitillo de su, irónicamente, tabaco llamado Pueblo. Y así se presentó mi oportunidad, oportunidad que no quise dejar pasar diciéndome a mí mismo que las cosas no basta con pensarlas, hay que hacerlas, si deseas hacer algo: ¡hazlo! Comenzamos a hablar y ella fue, a pesar de que estaba trabajando, muy agradable y paciente conmigo. Primero le conté las tribulaciones que me habían llevado hasta allí, después ella, tras presentarse como Mariana, me explicó cómo cada día recorría quince kilómetros de ida y quince de vuelta en una desvencijada bicicleta para llegar hasta su trabajo en la cantina, y cómo el efímero sueldo que allí ganaba lo destinaba a mantener a parte de su familia, además de que al regresar al atardecer enseñaba a leer y a calcular a los tres hijos que su hermana, -cuyo marido había muerto debido a las lamentables condiciones de trabajo que había soportado-  tenía en su aldea. Cuando llegó la hora acordada para que los efectivos nos reuniéramos de nuevo nos despedimos y ya para siempre, se vino conmigo esa natural y fogosa sonrisa, presidida por unos preciosos y relucientes dientes que jamás olvidaría.

   Poco antes del alba fuimos despertados por unos estruendosos impactos hasta ahora desconocidos para mí, era el traquetear de metralletas automáticas Uzi con las que un grupo de paramilitares nos daban los "buenos días". Además del golpe de terror que sentí, no recuerdo mucho más; un calor intenso en el estómago, las manos llenas de sangre y al levantar la mirada, un oficial al que conocía de vista que me decía:
-¿Cuál es su última voluntad compañero?
Aturdido y moribundo como estaba solo pude acertar a decir:
-Decidle adiós a Mariana.
Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro justo antes de decirme:
-Ah, amigo, tú hablas de Angel Face.


                                                 

5 comentarios:

  1. Camarada, me pregunto que dama puede haberle inspirado de semejante modo...

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  2. Ah Doctor, o tal vez debería decir Frío, creo que ni yo mismo lo sé.

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  3. Qué maravilloso mundo este del blog!!! Como ha roto barreras y tabúes y como el Doctor ha provocado en sus súbditos una necesidad de crear historias maravillosas que antes se quedaban en sus torturadas mentes. Gracias Doctor por enseñarnos el camino y... the show must go on.
    Congratulations!!!

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